#SentirNazareno - Mirando al Nazareno - Real Cofradía de Jesús -Nazareno- de Cieza

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sábado, 3 de abril de 2021

#SentirNazareno - Mirando al Nazareno

Dibujo de Lucas Santos López
Sábado de Gloria es un día para recordar momentos pasados, y de recuerdos, en los que se mezclan tristeza y esperanza, nos habla hoy nuestro hermano Antonio Jesús Hernández Alba.

Resulta difícil expresar todo lo que para mí significa la Cofradía de Jesús Nazareno. La pertenencia a esta hermandad, el sentimiento de tener como Padre al Nazareno está muy arraigado en mi ser, desde aquel Domingo de Ramos de 1998 en que, con apenas un año y pocos meses, mi madre me vistió con la túnica negra. Desde entonces, son muchos los recuerdos que atesoro en relación a nuestra Hermandad, aunque fuera 2008 el último año en que desfilara regularmente con ella, dado que al año siguiente cambiaría la túnica por el traje y el báculo por las partituras. No obstante, siempre he seguido ligado a mi Cofradía y a la devoción por Jesús Nazareno.

Podría contar en estas líneas los felices recuerdos del estreno del paso infantil, o mis memorias infantiles del cansancio en las noches de procesión, aferrándome al báculo para no caer rendido de sueño, o las apenas dos veces que he podido portar sobre mis hombros al Nazareno en la noche de Martes Santo. Sin embargo, esas historias tendrán que esperar a otra ocasión para salir a la luz. Hoy quiero retrotraerme al pasado cercano, al fatídico mes de abril de 2020. En concreto a la durísima jornada de Viernes Santo de ese año.

La Semana Santa del pasado año fue la más difícil de las últimas décadas para todos los cofrades, no era la lluvia, no era el tiempo o la falta de recursos, era el riesgo letal de la pandemia la que nos impedía salir a evangelizar por las calles, directamente nos impedía salir de nuestras casas. No obstante, la Iglesia seguía abierta para que, todo aquel que por asuntos de primera necesidad tuviera que salir, pudiera pasar por sus naves durante unos minutos y encontrar refugio y consuelo en el acogedor ambiente de la Casa del Padre.

Cuando se levantó la mañana de aquel Viernes Santo, tan pronto como salí de la cama tomé el medallón de nuestra Cofradía y me lo puse al cuello. Como todos aquellos días, necesitaba sentirme arropado y reconfortado, y qué bálsamo mejor para el espíritu de un Nazareno que la dulce y paciente mirada dolorida de Nuestro Padre Jesús. Aprovechando una de esas necesarias salidas que me llevaba a la Calle Cartas, pasé por la Basílica en el día que los cristianos conmemoramos el sacrificio supremo y el amor hasta el extremo de nuestro Salvador. Al entrar, mi alma se desgarraba entre el consuelo de estar en casa de nuevo y el dolor de verla vacía en un día que debería estar bullendo de actividad. Avanzando por la nave lateral, caí postrado unos minutos ante el Sagrario, orando a Jesús Sacramentado por el final de este mal que, un año después, aún nos sigue azotando.

Tras esa estación ante el Santísimo, no pude evitar mirar hacia la capilla que resguarda a la imagen que nos da ser y nombre a los Nazarenos. Como tantas otras veces, me paré ante su efigie, adivinando sus lágrimas y sus dulces rasgos entre los reflejos del cristal que cierra su camarín. Es cierto que ya había rezado ante el mismo Dios, verdaderamente presente en el Sacramento eucarístico, pero quise proseguir ese pequeño diálogo con el Creador ante su imagen, hablarle a su representación en madera tallada como tantas otras veces desde niño he hecho, buscando en su rostro el consuelo que sólo un padre puede dar. Y, en esos breves instantes, supe que no había nada que temer, que Cristo, nuestro Nazareno, estaría con nosotros siempre, que Él no nos abandona y que su sufrimiento en la Cruz no fue en vano.

Aunque el Nazareno de Pinazo, aquel a quienes sus cofrades llamamos Señor y Padre, llore y sufra por la Agonía de Getsemaní y el peso del Madero, para quienes lo miramos bien, encontramos en su gesto serenidad, paciencia y amor, sobre todo amor. Al mirar al Nazareno, uno puede olvidarse de sus penas y afrontar todo lo que sea necesario, pues sabe que, como decía Santa Teresa, Quien a Dios tiene nada le falta.

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